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Conocí a Arístides Bastidas gracias a los inesperados hilos del destino. Yo estudiaba cuarto año de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello, cuando Roland Carreño, que era mi compañero de estudios y jefe de las páginas sociales del periódico El Nacional, me propuso ser pasante en la sección de sociales. Para aquella época todavía el rotativo conservaba el prestigio de años mejores, cuando era dirigido por Miguel Otero Silva.

Yo acepté y comencé escribiendo sobre las lujosas fiestas de las familias ricas de la época, con un estilo de vida que contrastaba con las penurias del 80% de pobreza de un país sometido a una dolorosa receta neoliberal, cuya inmensa renta petrolera no era distribuida con equidad.

Luis Manuel Dávila estudiaba conmigo en la Católica, pero habíamos hablado muy pocas veces. Era un brillante estudiante, que por su timidez prefería ser invisible. Gracias a su amistad con el periodista Luis García ingresó a la Brujoteca, como cariñosamente llamaban a la escuela informal de periodismo científico de Arístides Bastidas, y nos encontramos esta vez en el piso 3 de la antigua sede del diario en Puerto Escondido; porque Sociales y la Ciencia Amena funcionaban en el mismo nivel. Entonces nos hicimos amigos, luego seríamos esposos, y compartiríamos una vida y un hijo, pero esa es otra historia.

Quedé encantada con la Brujoteca y con Arístides Bastidas. Buscaba momentos para estar con ellos. En cambio, me aburrí pronto de escribir sobre vestidos de boda, reuniones sociales y desfiles de moda, a diferencia de Luis Manuel y los demás alumnos del profe, quienes se dedicaban a ser los ojos y las manos de Arístides, un periodista brillante, que pese a los dolores de la artritis, su ceguera, la psoriasis y la traqueotomía que cada vez le hacía más difícil hablar, escribía sobre ciencia con un estilo ameno, didáctico, pero apegado al rigor científico, en su columna La Ciencia Amena que se publica en El Nacional.

Cansada de las reseñas frívolas sobre la vida social de la alta sociedad, le pedí al “profe”, como lo llamaba cariñosamente, que me admitiera en la Brujoteca. En ese momento no estaba buscando pasantes, pero debió sentir mi ansiedad por trabajar con él y logró conseguirme una beca para que fuera parte de su equipo. Desde entonces Roland y yo tomamos caminos cada vez más lejanos.

Yo me enamoré del periodismo, y especialmente del periodismo científico. Hoy, además de ser la jefa de Redacción del Periódico Cuatro F, doy clases en el Diplomado de Periodismo Científico, desarrollado e impulsado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, gracias a la ministra Gabriela Jiménez. Debo reconocer que después de muchos años de haber tratado al género científico como la Cenicienta en las redacciones de los medios analógicos y digitales venezolanos, gracias a esta iniciativa vuelve a ser reivindicado.

Elena Soto, alumna de la II Cohorte del diplomado, me envió un cuestionario sobre Arístides Bastidas, porque el profesor Ricardo Romero le había pedido que redactara un artículo sobre el Padre del Periodismo Científico de Venezuela.

La profesora Luisana Colomine, que también lo conoció, le sugirió que me entrevistara. Al principio me topé con una inmensa bruma que trataba de borrar aquellos recuerdos.

La alumna quería saber si Arístides Bastidas conversaba sobre su familia. Entonces me conecté con aquella figura paterna que significó para mí. Yo no tuve una buena relación con mi papá y Arístides Bastidas llegó a significar, en parte, la imagen del padre que hubiese deseado tener. Conocí a su hijo Pavel Bastidas. Era fotógrafo y siempre lo visitaba. El profe vivía con la señora que lo cuidaba, cuyo nombre se me borró de la memoria por el tiempo transcurrido. También recuerdo a su gran amiga, Myriam Cupello, que fue “Miss Venezuela”, con quien tuvo una hermosa relación. Su otra hija, Mariemma Bastidas, era periodista y vivía en EEUU. Nunca la conocí. Los alumnos éramos sus ojos, sus manos y sus piernas, y día a día juntos hacíamos la columna La Ciencia Amena, escribíamos para la revista Ciencia al Día, del Círculo de Periodismo Científico, y haciendo aprendimos el oficio de periodistas científicos. Yo lo quise demasiado y sigue siendo un referente para mi. También lo visitaban algunos exalumnos, recuerdo a Marlene Rizk, Acianela Montes de Oca, Alfredo Carquez y Asdrúbal Barrios, destacado periodista ambiental recientemente fallecido por un padecimiento cardíaco.

La alumna me preguntó cómo describiría a Arístides Bastidas. Para mí significó y significa un ejemplo inmenso de fortaleza, lo entendí cuando murió mi abuela materna, mi segunda madre. Por esos días era pasante de Arístides. Fue sumamente doloroso. A los pocos días el profe me pidió que volviera a la Ciencia Amena y retornar me hizo sentir que mi dolor era más llevadero, ante el ejemplo de quien todos los días le ganaba la batalla a la psoriasis, artritis, al cáncer que comenzaba en su garganta por lo que hablaba con la ayuda de su traqueotomo. Arístides veía con nuestros ojos, ya que se había quedado ciego, éramos sus piernas porque estaba en silla de ruedas, y más allá de tantas adversidades era asombrosamente feliz. Fue un comunista convencido, un luchador social sin tachadura. Escribía mejor que muchos periodistas con todas sus facultades y su talla moral me hizo ser inconforme ante las injusticias.

Arístides era estricto, pero cariñoso. Siempre nos contaba anécdotas de sus luchas, y compartía sus reflexiones morales. Perteneció al Partido Comunista de Venezuela (PCV), pero se alejó ante las contradicciones internas de esta organización. Cuando El Nacional cambió su línea editorial y se transformó en un diario de derecha, sintió una inmensa decepción, que a mi juicio afectó su salud, lo que finalmente lo mató.

La entrevista que me hizo la alumna me llegó a la fibra de mis sentimientos cuando quiso saber qué he extrañado de mi maestro Arístides Bastidas, porque busco que el tiempo no diluya su inmensa huella, y hoy todavía recurro a su fortaleza para encarar las dificultades diarias.

En cuanto a su filosofía de vida, cuando alguien le preguntaba ¿cómo estás? Decía «Chévere cambur pintón, parchita, mango, cotoperí, guanábana, melón» y le ofrecía una inmensa sonrisa, en su empeño por vencer a la adversidad y siempre luchar, nunca rendirse.

─¿Lo considera su mentor?- me preguntó la cursante del diplomado.

─Siempre, le contesté.

Estuve en la Ciencia Amena hasta que me gradué de Comunicadora Social en la Universidad Católica Andrés Bello. Recuerdo que el trabajo con Arístides Bastida se volvió, incluso, más apasionante que la universidad, y desde entonces considero que nací para ser periodista. Curiosamente su funeral fue el 24 de septiembre de 1992. Era un día de mi cumpleaños…

Verónica Díaz/ Cuatro F


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